¿Podrá el psicoanálisis salvar nuestra alma?

Claude Vandevyver*

 

El psicoanálisis forma parte de la cultura general del "hombre civilizado" contemporáneo, que ya ha oído hablar del complejo de Edipo, de la fase oral o de la sublimación. Y al mismo tiempo, es una disciplina compleja, amplia, que tiene su propia jerga técnica. No obstante, de algún modo, el psicoanálisis plantea hoy los interrogantes cruciales de nuestra sociedad, nuestra sociedad moderna occidental, técnica, científica y post-cristiana, dominada por la economía de mercado y que parece navegar a ojo, sin puntos de referencia sólidos.

El título de este artículo me fue sugerido por un texto de la psicoanalista francesa Julia Kristeva que afirma, en su libro Las nuevas enfermedades del alma, que el hombre contemporáneo, de tanto consumir objetos, imágenes y píldoras, ha perdido su alma, ha perdido toda vida interior. Hoy en día, la posesión de bienes y, por lo tanto, el dinero, lo virtual (TV, cine, Internet), el Prozac (la píldora de la felicidad) y el Viagra (la píldora del amor), harían las veces de la felicidad.
Julia Kristeva resume en esta obra lo que significa para ella esta pérdida del alma: "La experiencia cotidiana parece demostrar una reducción espectacular de la vida interior. ¿Quién sigue teniendo alma hoy en día? Se está demasiado familiarizado con el chantaje sentimental digno de telenovelas, pero éste no hace sino exhibir el fracaso histérico de la vida psíquica, bien conocido por la insatisfacción romántica y la comedia ligera burguesa. En cuanto al resurgimiento del interés por las religiones, cabe preguntarse si éste es el resultado de una búsqueda o, por el contrario, de una pobreza psíquica que le pide a la fe una prótesis de alma para una subjetividad amputada.
Pues la evidencia se impone: acuciados por el estrés, impacientes por ganar y gastar, por gozar y morir, los hombres y mujeres de hoy se ahorran esta representación de su experiencia que se conoce como vida psíquica […] No se dispone ni del tiempo ni del espacio necesarios para forjarse un alma. […] La vida psíquica del hombre moderno se sitúa desde ahora entre los síntomas somáticos (la enfermedad y el hospital) y la puesta en imagen de sus deseos (el ensueño frente al televisor). Las nuevas enfermedades del alma son las dificultades o incapacidades en las representaciones psíquicas, que llegan incluso a aniquilar el espacio psíquico".
Esta ausencia de vida interior, de representación psíquica de lo que se vive, de subjetivación personal, remite a estas nuevas patologías que el analista encuentra hoy en día y que Kristeva denomina "las nuevas enfermedades del alma".
Y esto puede servirnos para entender lo que es el psicoanálisis, es decir, algo que le permitiría a un individuo constituirse personalmente, tener un deseo, situarse con respecto a la realidad y a los demás en un mundo sin referencias y en el que la indiferencia respecto de Dios se propaga en medio de la indiferencia (André Glucksman, La tercera muerte de Dios).

Un ser de deseo

El ser humano es, de alguna manera, ignorante sobre sí mismo; nunca sabe exactamente lo que dice al hablar, ni lo que hace al actuar, ya que la organización de su discurso y de sus actos remite a algo inconsciente relacionado con su deseo. Es un ser de deseo porque experimenta la carencia; una carencia fundamental vinculada a una pérdida original, la de un objeto primordial perdido para siempre. Pues debe renunciar al goce inmediato y continuo, a estar "completamente dentro de las cosas"; debe entrar en el lenguaje, en lo simbólico, en lo que organiza las relaciones humanas en sociedad. Mide lo que separa las palabras de las cosas y experimenta los diferentes objetos amorosos que pueden ocupar, con mayor o menor acierto, el lugar dejado libre por esta carencia fundamental.
Así es como en el psicoanálisis se lleva a las personas a releer su historia, a comprender su trayectoria, es decir, la manera (inconsciente) en que han respondido a este tema de la carencia y del deseo, el modo en que han organizado la satisfacción o la solución de la carencia. En la mayoría de los casos, esto se lleva a cabo siguiendo referencias socialmente organizadas: el matrimonio, la educación de los hijos y la vida profesional, para atenerse a lo esencial. Y para muchas personas, aquellas que se pueden denominar "neuróticas normales medias", esto puede funcionar sin demasiados problemas durante toda la vida.
Pero puede suceder que esto deje de funcionar de manera conveniente, que la insatisfacción, incluso el sufrimiento, ocupe un lugar cada vez mayor, que el fracaso domine, se repita, y que el individuo ya no entienda qué le pasa. Y esto nos remite a todos los imprevistos de la vida afectiva y sexual, a las dificultades en las relaciones con los demás, a las dificultades profesionales, que tienen como posibles corolarios los sentimientos de angustia, depresión, malestar, fracaso, fenómenos de insomnio, alcoholismo, pérdida de apetito, bulimia, impotencia, frigidez, ideas suicidas, etc. La lista es larga…
Entonces, cuando la situación realmente ya no da para más, cuando se está harto de sufrir, se puede visitar a un analista. ¿Para pedirle qué? Simplemente, la felicidad. Pero el analista no tiene una píldora milagrosa, un amuleto o una fórmula mágica. No obstante, puede ayudar al individuo a comprender lo que le sucedió y acompañarle durante este viaje al corazón de sí mismo.

¿Ser un sujeto?

El psicoanálisis nos enseña a ser sujetos de nuestra propia existencia, a ser fieles, en alguna medida, a un deseo personal, a sostener un proyecto personal, una posición subjetiva; y a no ser solamente el producto inconsciente, cuasi-objeto, de los avatares familiares y sociales que nos han modelado. Hoy esto resulta tanto más difícil cuanto que nuestro funcionamiento social deja cada vez menos espacio a aquello que se puede llamar la subjetividad.
Existe, de alguna manera, una doble dificultad para ocupar un lugar de sujeto en la propia existencia. Por un lado, está la parte oscura e inconsciente de nosotros mismos que nos engaña siempre un poco acerca de nuestras verdaderas motivaciones y de los determinantes inconscientes de nuestro deseo. Por otro lado, se da hoy en día un funcionamiento social que engendra una dificultad adicional en la búsqueda de cada uno por ocupar un lugar de sujeto.
¿De qué se trata? De la evidencia de que nuestro funcionamiento social ha eliminado, en cierto modo, toda referencia absoluta, todo lo que servía de trascendencia, de alusión a una autoridad común. Es a la vez la muerte de Dios como figura paterna trascendente, referencia fija para nuestra organización social; asimismo, es la supresión prácticamente sistemática de todas las figuras que representaban en nuestra sociedad la noción de autoridad, de jefe, de padre. Como si todos los seres humanos que debían ocupar un puesto de líder, de jefe, de autoridad, se encontraran incómodos frente a esta posición que remite a una jerarquía. Es lo que Lacan, que continuó los trabajos de Freud y marcó la historia del psicoanálisis, denominó la decadencia de la función paterna.
No se trata solamente del papá de carne y hueso, sino de aquel que ocupa este lugar y que invita al niño a dejar el goce inmediato que representa la madre para entrar en la sociedad humana, organizada de acuerdo a ciertas leyes comunes a los seres hablantes. Tradicionalmente, se puede adoptar como referencia cronológica de este cuestionamiento de todo lo que constituye una autoridad el período posterior a mayo de 1968. Es, al mismo tiempo, el cuestionamiento de la autoridad del cabeza de familia pero, también, de todo aquello que puede representar una autoridad social, moral, política o religiosa; como si ya nadie estuviera autorizado a ocupar un lugar diferente que represente una autoridad para otros. De donde resulta el malestar, pues ¿cómo funcionar juntos si todos ocupan el mismo lugar?

Autosuficiencia del discurso técnico-científico

Por otro lado, este mundo sin Dios y sin figuras referenciales que puedan ser autoridad es un mundo dominado por la ciencia y el discurso técnico-científico. Hoy en día, los expertos ("ex–pères")1 científicos parecen ser las únicas figuras de referencia a las cuales se recurre para gobernar el mundo. La tecnología y la ciencia parecen ocupar todo el espacio para organizar nuestra existencia y hacer retroceder incesantemente los límites de lo posible. En cualquier ámbito de la vida, los programas computacionales parecen regir nuestro comportamiento y dictar la ley. Y este discurso técnico-científico parece autosuficiente, parece funcionar de manera autónoma, sin que exista ya nadie responsable de sus consecuencias, habiendo olvidado de dónde viene, es decir, aquello que fue borrado, perdido en relación con la realidad cuando él se constituyó. Como si la cuantificación matemática abarcara lo real con exactitud.
Estoy simplificando un poco las cosas; no dispongo aquí de espacio suficiente como para desarrollar todo esto, pero creo que cada cual puede comprobar esta doble característica de nuestra sociedad actual: la ausencia de referencias trascendentes, de denominador común simbolizado antaño por Dios, y la dominación de un discurso técnico-científico que parece funcionar de manera autónoma, sin ningún sujeto que lo controle, y con una ilusión de omnipotencia. Un mundo sin referencias, cuyo funcionamiento se ha confiado a la ciencia, simbolizada por los computadores.
Este funcionamiento social es el que produce estas "nuevas patologías", estas "nuevas enfermedades del alma". Como señala Kristeva, el hombre moderno consume objetos, imágenes y píldoras, y ha perdido su alma; es decir, ya no tiene la posibilidad de subjetivar su propia vida, de tomar conciencia de aquello que lo hace ser un sujeto personal. No sólo cierto discurso técnico-científico y administrativo borra su parte de subjetividad, sino que ya no cuenta con ninguna referencia trascendente para responder a su malestar. ¿Hacia dónde volverse si todo es equivalente?, ¿a qué aferrarse si ya nada sobresale como referencia? Únicamente al consumo de bienes, de píldoras o de imágenes, pero también al refugio en las sectas, en los integrismos políticos o de identidad.

Ilusiones de identidad y lugar del Tercero

Es en este punto donde el psicoanálisis puede intervenir para recordar, por una parte, el lugar olvidado del sujeto con respecto al discurso científico, para recordar la existencia de un sujeto que ha producido los enunciados científicos y que no puede olvidar el alcance exacto y relativo de esos enunciados. Por otra parte, el psicoanálisis tiene que desalojar todas las ilusiones de identidad engendradas por nuestro funcionamiento social. Frente al vértigo producido por esta falta de referencias, el ser humano experimenta esta tentación de identificarse con cualquier ídolo, sea éste una ideología, una secta, una lengua, una raza, un partido. Y esto nos remite a esas tensiones de identidad, esos fanatismos religiosos, esas intolerancias nacionalistas que parecen desarrollarse hoy en día; lo que el escritor Amin Maalouf denomina "las identidades asesinas". La falta de referencias y la imposibilidad de subjetivar la propia existencia tienen por corolario el fanatismo y la intolerancia cuando, en su búsqueda desesperada de identidad, alguien se fía de un ídolo imaginario para tranquilizarse a sí mismo acerca de lo que es, para darle a su ser una ilusión de consistencia.
Indudablemente, no se trata de volver atrás. No se puede "inyectar sentido" en forma artificial, no se puede resucitar, sino por la violencia, una representación de Dios que ha dejado de significar algo hoy día; no se puede imponer el regreso, sin más, de la figura autoritaria del padre o del jefe; no se pueden restablecer ciertos ideales que han muerto; sería caer en la trampa del fanatismo integrista. Y tampoco se trata de preconizar el oscurantismo científico y rechazar el discurso científico; eso es imposible. Allí tampoco hay vuelta atrás. Pero en este malestar, en esta crisis del funcionamiento social, el psicoanálisis puede ayudar a situar nuevamente las cosas en una perspectiva justa; y recordar que, si algo no anda bien, es tal vez porque el individuo debe volver a encontrar su lugar correcto con respecto al mundo y a los demás.
En este punto, me referiré a un artículo publicado por Jean-Pierre Lebrun en una obra colectiva ¿Dónde va Dios?, artículo titulado "¡Dios ya no está muerto!"… Evidentemente, este título encierra un dejo de provocación, pero se trata de responder a la siguiente pregunta: ¿Qué sucede con el lugar que ocupaban antaño las representaciones tradicionales de Dios? En otras palabras, no porque estas representaciones de Dios ya no signifiquen mucho para la mayoría de las personas hoy, el lugar que éstas ocupaban ya no existe. No porque cunda la indiferencia respecto de Dios deja de existir el lugar que éste ocupaba.
Freud, en la perspectiva cientificista propia de su época, consideraba que la religión era una ilusión, una neurosis obsesiva colectiva. Sin embargo, Freud imagina en el origen de la humanidad el mito de Tótem y Tabú, el mito del asesinato de un padre primitivo. En otras palabras, existe para Freud una especie de figura paterna originaria, de Padre común de la humanidad. Esto quiere decir que hay una figura tercera, un Tercero, de donde surgimos el orden simbólico del lenguaje todos.

El orden simbólico del lenguaje

Lacan retomará las cosas desde otra perspectiva, señalando que el padre de Freud, aquel que en el edipo permite al niño entrar en el orden social, es aquel que representa lo que está en la base de nuestra humanidad; a saber, las leyes del lenguaje. Para Lacan, lo que nos caracteriza como seres humanos es que nos vemos obligados a renunciar a estar "completamente dentro de las cosas" y a entrar en el orden simbólico que rige al ser humano, el orden lingüístico. Por cierto, lo anterior supone una pérdida. Pero este lenguaje en el que debemos aprender a movernos y que caracteriza nuestra especificidad como seres humanos lo hemos recibido, nos precede, y no tiene dueño. Es una referencia tercera que no podemos ignorar, so pena de volvernos literalmente inhumanos y de incurrir en conductas impulsivas que perjudiquen a otros.
Curiosamente, el psicoanálisis viene a recordarle al ser humano que hay un Tercero, otro; que todos mantenemos una "deuda común" respecto del orden lingüístico. Lo que nos define como seres humanos es el tener que salir de una especie de "naturaleza" meramente biológica y funcionar tomando como referencia tercera el lenguaje, que regula nuestras relaciones y, al mismo tiempo, nos hace percibir una doble pérdida: la del goce inmediato de las cosas —la que dice relación con lo que separa las palabras de las cosas—, pero también la que tiene que ver con la imposibilidad de "decirlo todo". Esto es lo que en análisis se denomina castración primaria y secundaria. Debiendo moverse en el orden simbólico del lenguaje, el ser humano no está ni "completamente dentro de las cosas" (el mundo de las palabras nos despega del mundo de las cosas), ni "completamente dentro de las palabras" (es imposible decirlo todo). Y se ve en la obligación de reconocer esta doble pérdida, esta carencia.
El psicoanálisis nos viene a recordar que, porque somos seres humanos, nos mantenemos siempre en esta carencia, que es la condición misma de nuestro deseo. Y que hay que respetar ese lugar vacío que es la carencia, lo que separa las palabras de las cosas, lo que no puede decirse; que hay que respetar esta referencia tercera del lenguaje que nos es dada y de la cual nadie es dueño. Compartimos todos esta condición común de una referencia a un tercero, al orden simbólico y, por lo tanto, nadie es dueño de su prójimo ni de la verdad. En cierto modo, nuestras relaciones deben respetar el lugar vacío del tercero, el mismo que nos hace humanos.
Cuando se olvida esta referencia tercera y opera la omnipotencia del discurso técnico-científico sin un sujeto que ser haga responsable de él, se desemboca, por ejemplo, en Auschwitz. En nombre de una racionalidad científica (el bien de la raza), y porque se dimitió de la responsabilidad de sujeto respecto de un Tercero, se eliminaron unos cuantos millones de personas; simplemente porque se dejó de reconocer su calidad de seres humanos. Se negó el hecho de que esas víctimas compartían con los nazis la misma referencia tercera, la misma humanidad.

¿Salvar nuestra alma?

El psicoanálisis ¿nos salvará, pues, el alma? Por cierto, nos invita a asumir nuestra responsabilidad de sujetos respecto de lo que somos y respecto de un funcionamiento social que parece dominado por un discurso técnico-científico y administrativo ciego y anónimo.
El psicoanálisis nos invita a interrogarnos acerca de nuestro deseo, no para pretender liberarlo de manera salvaje y anárquica, sino para permitir que aflore un sujeto, para permitir que alguien pueda decir "yo", pueda subjetivar lo que vive. Permitir que un sujeto, siendo fiel a su deseo, asuma responsabilidades respecto de la posición que ocupa.
Cuando alguien se extiende en el diván, es verdad que debe arriesgarse a abandonar sus fetiches, sus ídolos, sus supuestas certezas. Habrá un tiempo para decir, decir todo lo que viene a la mente. Luego un tiempo para entender, entender la propia historia y sus determinantes. Luego un tiempo para sacar conclusiones, es decir, asumir, con un poco más de libertad y con mejor conocimiento de causa, las propias opciones de vida.

* Psicoanalista y psicoterapeuta. Este artículo retoma una conferencia sostenida en Bruselas el 2 de septiembre de 2000, y publicada en extenso en La Revue Nouvelle Nº 1 de enero de 2001. En el texto original, el autor examina los fundamentos históricos, teóricos del psicoanálisis y su concepción del ser humano. Y en una segunda parte, que es la que publicamos, se refiere a "las nuevas enfermedades del alma" e intenta responder al título del artículo.

1 Aprovechando el contexto, el autor establece un juego de palabras entre el término "experts" (expertos) y "ex -pères" (ex padres), de pronunciación casi idéntica. (Nota del traductor).

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Publicado en MENSAJE, septiembre 2001. http://www.mensaje.cl/2001/septiembre/psicop.htm