Borges y yo

Oscar Ochoa

Aquí estamos hablando los dos,

et tout le reste est littérature,

como escribió, con excelente

literatura, Verlaine.

BORGES

 

Y

o nací en la calle Tucumán, entre Suipacha y Esmeralda. Era una casa como todas las casas de la época. Había ventanales, la reja de hierro, había la puerta de calle, el llamador, el zaguán, la puerta cancel, los patios, el aljibe, azoteas. Sigo viendo Buenos Aires así, como si fuera una ciudad de casas bajas y ya no lo es. Pero, lo era en el año 1899, cuando yo nací, que casi no había casas de alto. En todo caso había casas con segundo piso; pero, casas de muchos pisos eran muy raras. Había un palacete por aquí, por el lado de Avenida Alvear o Avenida Quintana. Pero, eso era muy raro. En general, casi toda la población eran casas bajas. Alguna vez llegué a sospechar una mitología de Buenos Aires. Imaginar un Buenos Aires reducido a unos pocos elementos; que serían en lo físico, las casas bajas que existen sólo en mi memoria, los patios, los huecos, la llanura muy cerca. Y luego también unir eso a la idea de la gente pobre, del coraje, de cuchilleros. Bueno, suele olvidarse, en el siglo XIX, fuimos un país de guerras y de guerras victoriosas. Las invasiones inglesas fueron rechazadas no por los españoles ni por las tropas, sino por la población civil de Buenos Aires. Después, la guerra de la Independencia, la guerra del Brasil, la guerra civil, la guerra del Paraguay, la Conquista del Desierto. Todas grandes empresas militares y todas victoriosas. Todo eso se ha olvidado ahora. Se olvida que nuestra historia fue una historia militar. Yo le dije eso a un señor y él me dijo: Sí, los argentinos ganamos todas las guerras pero perdemos todas las elecciones... Tengo un pasado militar y de coraje que extraño... Mi madre fue muy valiente... Debo reconocer que mi madre ha influido mucho en mí, siempre me dio consejos que desoí. Me leía con atención (Mi padre, en cambio, nunca quiso leer lo que yo escribía; de lo cual deduzco que no le gustaba). Recuerdo cuando tuvo por prisión esta casa y vino el Almirante Rojas -al que conocimos entonces, fue durante la dictadura- a visitarla. Él estuvo una semana antes de la muerte de mi madre. Yo no estaba. La empleada me dijo: Estuvo el Almirante un rato con la señora y la señora no lo conoció ya. Ya no conocía a nadie, estaba tullida. Y cuando salió, dice que tenía los ojos llenos de lágrimas y dijo: Será la última vez. Y efectivamente a la semana murió. En cambio yo, he sido valiente por cobardía. Hay que ser muy valiente para poder mostrarse cobarde en público. Sin embargo, no le tengo miedo a la muerte. Al contrario. Si me dijeran que voy a morir dentro de diez minutos, creo que estaría tranquilo. Pero claro, no se conoce. Haciendo viajes de avión, estuve dos veces -una vez viniendo de Tres Arroyos, otra vez volando sobre Boston- creído que eran mis últimos momentos. En un caso se abrió la portezuela del avión y yo pensé que se precipitaba y que nos íbamos a morir. Y el otro, yo creí que había un incendio a bordo. Bueno, yo observé y me di cuenta que no solamente no estaba asustado, sino que no estaba muy interesado. Yo pensaba: Bueno, dentro de algunos minutos, después quizá de un dolor atroz voy a cesar. Y al observarme noté que sentía cierta indiferencia y hasta cierta impaciencia, para que todo sucediera de una vez. En cambio, desde chico sentí una especie de horror y fascinación por los espejos. Hace poco me dijeron si no tendría que ver con la fascinación que sienten los orientales por ellos, prefiriéndolos a los cuadros por el hecho de ser temporales las imágenes que se repiten. Yo no sabía eso. Creo que sí... Ahora, el que debió sentir ese horror por los espejos, es Poe. Porque Poe tiene un artículo, no muy importante, sobre filosofía de la decoración de una casa. Entonces ahí, él dice cómo deben estar los muebles, los colores que deben primar; y, después, esta oración que no explica, pero que se debe sin duda a su horror a los espejos. Dice: Si hay un espejo, tiene que estar situado de modo que una persona sentada no se vea. Ahora, ¿por qué dice esto? Porque sin duda, a él no le gustaba ser reflejado por un espejo, verse repetido. Si no, ¿por qué puso eso? En el cuento de él, Arturo Gordon Pym, hay un hombre que vive en una región fantástica, mares antárticos, y que se ve en un espejo y se desmaya lleno de horror. De modo que ahí ve. Ahí tenemos dos ejemplos. Creo que hay otros mejores. Me gusta ser profesor. Creo ser un buen profesor porque yo enseño de cierto modo, y noto que otros profesores no lo hacen. Creo haber acertado en el procedimiento, aunque no sepa aplicarlo. Es el hecho de que yo, por ejemplo, les digo, siempre les he dicho a mis estudiantes, que no hay lecturas obligatorias. Que si a uno lo obligan a leer algo, lo obligan a leer finalmente para el olvido, digamos, para la memoria inmediata. Y que si un libro no les gusta que lo dejen. Que es un suponer, que una persona tiene que leer un libro. Hablar de literatura obligatoria es como hablar... no sé... de respiración obligatoria, de vivir obligatorio, de amor obligatorio. La lectura tiene que ser un acto idóneo, un acto de placer: Si no es placer, no es. De modo, les digo, que cuando ustedes noten que un libro los aburre: ciérrenlo. Ese libro no ha sido escrito para ustedes. Y después, antes de los exámenes les digo: El examen no tiene ninguna importancia. No tienen por qué estar nerviosos. Y además, yo les prometo no hacer ninguna pregunta. Ante todo, voy a decir que un caballero no hace preguntas. Y después puedo decirles también, que fechas no voy a preguntarles, porque si todos ustedes me preguntan a mí, seguro que no las sé. Pero hay profesores que son tan chapuceros, que toman exámenes así: Háblenos de la segunda escena del tercer acto, de tal pieza de Bernard Shaw. Y no saben nada. Pero, ¿quién va a saber eso? Bernard Shaw tampoco. A mí me gusta ser profesor. Quizá sea mejor profesor que escritor. Estoy seguro de ser un buen profesor. No estoy seguro de ser un buen escritor. Como escritor, Borges y yo  es lo mejor que creo haber escrito. Usted lo sabe, se lo conté alguna vez. Y sabe también que siempre quise ser el otro. Por eso Ochoa, entienda lo inútil de estas líneas, lo vano de este cuento que no se propone. Aun cuando comprendo el afecto que me tiene, no puede justificarnos. Usted es un escritor menor y yo no soy más que un hombre ciego que sueña los cuentos que Borges escribe.

Buenos Aires, 1976

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Publicado en HOMENAJE A NANA GUTIÉRREZ, Biblioteca Nacional, marzo 2000, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile.