UN DELIRIO LACANIANO

Norma ALBERRO (1988)

 

 

A partir de la observación de un paciente psicótico, quiero intentar mostrar una vertiente del objeto a en el estadio del espejo y como el goce invade el cuerpo del sujeto al final de un trabajo delirante que se desencadenó después de una sesión con su analista.

La historia clínica de este paciente debuta en el año 1983, el diagnóstico de su internación en el hospital psiquiátrico en donde lo asistí (Hospital de Prémontré- Francia) indicaba “una esquizofrenia paranoide con mutismo y negativismo: rechazo de la comida y del habla. Alimentación parenteral. Comunica solamente por escrito”. Nacido en 1944, profesor de lenguas (alemán y francés), el paciente ha hecho estudios de psicoanálisis en l’Ecole Freudienne de Paris con la intención de ser psicoanalista.

En la primera hospitalización, ante la demanda del equipo terapéutico para que acepte la comida, el paciente escribe: “en Posición del Inconsciente Lacan dice que l’hommelette no tiene aparato digestivo” y luego continua: “en el Seminario II, Lacan dice que un día en Zurich le dijo a Serge Leclaire: come tu dasein, que es la comida de Thyeste”.

En septiembre de 1986 el paciente es nuevamente internado con el mismo cuadro clínico: mutismo, rechazo de la comida y comunicación por escrito. Comienzo a verlo el 29 de Setiembre de ese año, con una frecuencia de tres veces por semana hasta el 10 de Noviembre, fecha de su salida del hospital.

Durante la primera sesión no habla, responde a mis preguntas mediante gestos de la cabeza. En la segunda sesión, comienza a escribir. Primeramente escribe su nombre: Jacques como Jacques Lacan; luego escribe que su madre habla de él como de “un nadie”. Para su madre, él es “nadie”, un hombre “inútil”.

Como dije antes, el momento de desencadenamiento de su delirio fue durante una sesión con su analista. De este momento relata por escrito lo siguiente: su analista jugaba con una tijera, a renglón siguiente escribe que su padre era relojero y su madre vendedora en una tienda. En esta misma sesión había traído el Seminario XX de Lacan, lo abre y me invita a leer la frase siguiente: “La última vez jugaba, como me lo permito, sobre el equívoco un poco tirado por los cabellos de él odia y él es*. Esto me satisface sólo en la medida en que puedo plantear una cuestión que es digna de una tijera. Es precisamente de lo que se trata en la castración” (Lacan Sem. XX Encore, pag. 91).

En el curso de las sesiones siguientes, escribe que pasa sus días haciendo cálculos sobre los números primarios, que no son divisibles más que por sí mismos y por uno. Agrega, también que en “Observaciones sobre el informe de D. Lagache”, Lacan habla del número 58 que es el doble de un número primario 29.

Durante el primer mes escribe en letras mayúsculas, luego en minúsculas y poco antes del término de su hospitalización comienza a hablar. Este hecho fue lo que decidió su alta. En efecto, la sesión previa a su salida me preguntó si yo podía hacer algo por él, por su alta del hospital. Le respondí: “hable” y doy por terminada esta sesión sin saber que iba a ser la penúltima. Dos días después vuelvo al hospital y, antes de ver al paciente, su enfermera me cuenta que Jacques había comenzado a hablar algunas horas después de la sesión anterior. Este hecho motivó la decisión del jefe del servicio de darle el alta hospitalaria. Durante esta última sesión, el paciente habló de su salida del hospital, y de su intención de retomar el trabajo de profesor y su análisis.

Los Escritos de Lacan movilizan todo su ser. Consagra su energía a la lectura y al comentario de los escritos lacanianos, que para él, comienzan a hacer signo. Pero, en el discurso lacaniano, él está “fuera de discurso”; está en el lugar del “excluido”, del “marginado”, rechazando todo diálogo o intercambio sobre la obra lacaniana con los otros, diciendo que nadie puede comprender el mensaje de Lacan salvo él mismo. De esta manera entra en un delirio lacaniano, comprometiendo todo su ser en una certeza absoluta sobre el sentido que debe darle a su vida sostenida en lo real por su nombre Jacques. Él es el único que comprende lo que Lacan enseña, Lacan habla sólo para él y, por él, el paciente se vuelve el soporte del goce del Otro, es decir de Lacan, que vive como Otro por él.

En esta lógica de su delirio se anuncia otro movimiento esencial; para conformarse al ideal del psicoanalista que se ha fijado, él debe cumplir al pie de la letra con los mensajes de Lacan. Así, él no come porque “la hommelette no tiene aparato digestivo”, y también él quiere vivir al lado de los psicoanalistas, a tal punto que sigue a su analista hasta su lugar de vacaciones. A propósito de estos momentos, el paciente escribe: “mi analista jugaba con una tijera, desde ese día no lo miré más de frente”. Esta frase aísla el objeto a –mirada– e ilustra la idea de extracción del objeto, en tanto que institución de un límite respecto del saber absoluto de su analista, ubicado verdaderamente en el lugar del Otro (A) no barrado. Es en este momento que el paciente se siente abandonado por su ideal lacaniano, representado por su analista, y se va a dejar caer como objeto a.

La sesión siguiente a ésta en la que escribió la secuencia con su analista, estuve ausente del hospital. Cuando lo volví a ver, él escribió: “Ayer no la vi. Pensé que usted no me quería ver más porque yo no hablo”. Es, entonces, en el movimiento en el cual él se extrae de esta posición en el goce del Otro, que se desencadena su mutismo. El goce parece deslocalizado y, a pesar de los esbozos delirantes que representan una tentativa de situar este goce en la enseñanza de Lacan, invade completamente al sujeto hasta precipitarlo en lo que constituye para él “quedarse aplastado”. Se trata de una ruptura en la cual el sujeto se descubre desgarrado, abierto, pura “béance”, pura falta de ser. Rechaza comer y se desvitaliza como un puro desecho. Exclusión imaginaria en la cual toda tentativa de relación especular se desvanece: para no dejar más que una sombra apenas aprehensible en la oscilación del espejo, en donde sólo se refleja el desecho de la relación del sujeto al Otro; allí, dónde Lacan indica el lugar del objeto a. En el seminario sobre la angustia, Lacan dice que el objeto a es un puro desecho, un despojo vaciado de la imagen especular, “resto de la relación del sujeto al Otro y a la cadena significante”.

Es importante destacar que durante diez años de estudios realizados en la Escuela Freudiana de París, el paciente logró una cierta estabilización. Es posible ver un pasaje de una posición de relativa estabilización, en una relación con el psicoanálisis y con su analista en donde él es el objeto del goce del Otro, a otra posición en la cual, conformándose con el discurso de la madre para quien él es “inútil”, “nadie”, él se vuelve objeto a, objeto puro desecho.

Esta caída en el lugar del objeto a constituye el resultado de una tentativa por acceder a la metáfora paterna, demostrada por su delirio lacaniano acompañada de una certeza absoluta sobre la validez de esta enseñanza. El paciente no dispone de la significación fálica para instituir un límite a su goce. Queda invadido por el goce del cuerpo propio, lo que lo ubica del lado de la esquizofrenia como lo prueba su mutismo y su rechazo de la comida.

En el seminario Encore (XX) Lacan dice: “El goce está prohibido para quien habla como tal”. El mutismo psicótico de este paciente, constituye una presentación del cuerpo gozando sobre un modo autista. La frase “hable” produjo un efecto de pérdida de goce y lo condujo a reanudar su trabajo de profesor de lenguas y su análisis.


* Juego de palabras que aprovecha la homofonía, en francés se pronuncia de la misma manera “il hait et il est”

Este artículo es una traducción propia de mi trabajo publicado en la revista del Hospital de Prémontré, servicio del Dr. Broca, en donde trabajé durante cinco años. Revista: De près montré – Clínique psychanalytique des Psychoses- Éditions Borromée - juin 1988.

 

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